El Principito (II)

22 de abril de 2013
 
Una historia sobre El Amor
 

Reflexiones sobre del capítulo VIII - X

Ilustración de Joan Sfar (novela gráfica)
Una característica inconfundible del Pequeño Príncipe es su curiosidad y su capacidad para plantear preguntas: "... jamás renunciaba a una pregunta, una vez que la había formulado". Es por ello que el Pequeño Príncipe representa a la conciencia, en el sentido más profundo de este concepto; la conciencia como aquello que te orienta y guía en la vida. Las preguntas al aviador lo cuestionan en lo más profundo y le hacen reflexionar sobre lo que es o no importante para su propia existencia. Es la conciencia del desarrollo del ser, de la existencia y de lo ético.
 
El Principito, el libro más traducido y editado después de la Biblia, nos ofrece una historia de amor; pero en el sentido más amplio del término, del Amor con mayúscula, aquél que te motiva a dejarte domesticar por un otro, independientemente de que él no te corresponda y le seas indiferente. Los encuentros --y desencuentros-- de esta historia, nos cuestionan la propia capacidad de amar al otro y hasta dónde somos capaces de llegar por él. El objeto de nuestro amor no es responsable de ello, el amor en este sentido, es una elección libre de quien la ejerce.

Como el Pequeño Príncipe, los seres humanos estamos sedientos del encuentro, de ser amados y de encontrar a ese otro a quien amar. La paradoja es que queremos tener el control de esta búsqueda. En este sentido, el piloto es una metáfora de este afán de control; quien guía y dirige a voluntad un avión de momento se encuentra con que el instrumento que le permite dar dirección a su existencia y a su destino está averiado e inútil y además no sucede en cualquier sitio, sino en un desierto, en el cual se está completamente dependiente de los demás, de la naturaleza y del mismo Dios. Aviador y Príncipe poco a poco se van otorgando las claves del anhelado encuentro.
 

Las espinas de la rosa

 
Las espinas recuerdan la necesidad de cuidar lo que se considera valioso, aunque de alguna manera las defensas que se pongan puedan ser inútiles, porque de todas formas se puede salir dañado o lastimado. Para quien ama, no hay nada más doloroso que acompañar a alguien en sus caídas; pero este hecho es parte de la domesticación, tal y como pasa con los adolescentes a los que se les debe permitir que les sucedan cosas porque sólo así se aprende y se madura con la experiencia.
 
Al recordar que el libro comienza con un ruptura, un momento originario en el que el aviador se ve coartado en su ser al no ser comprendido por los mayores que le rodean, se puede pensar que las espinas surgen como defensa de esos momentos en los que resultaste lastimado.
 

La Rosa

 
Este personaje resulta ser el único femenino y por lo tanto el representante de la mujer en la historia. Toda ella muestra al inexperto príncipe algo tan inaprehensible como lo femenino mismo; pero es demasiado joven para comprenderlo y darse cuenta de lo inasible que es. También se encuentra en la  flor una personificación del ego y el amor propio, ese que te hace sentir muy mal cuando te sabes frágil.
 
El Pequeño Príncipe ama a su Rosa; pero al mismo tiempo le hace sufrir con sus desdenes. Es hasta que se ve lejos de ella que comprende que "había tomado en serio palabras sin importancia" y que lo más esencial de su flor, su aroma y su presencia, era lo verdaderamente valioso. He aquí un ejemplo de cómo los conflictos en las relaciones se generan por la incapacidad de ver las sutilezas de los hechos.
 
Cuando el Principito deja su asteroide emprende un viaje cuyo propósito es llegar a comprender a su Rosa. La ama; pero necesita poner una sana distancia, también para comprenderse así mismo, con la esperanza de obtener respuestas. Es en la lejanía que se da cuenta que era demasiado joven para entenderla, le faltaba experiencia. También pudiera ser que el viaje es la travesía del Pequeño Príncipe para ser grande o un intento de conocer el mundo de los adultos, que tan extraños le parecen.
 
La flor representa para el príncipe un otro absoluto, un otro puro cuya principal característica es que es completamente narcisista. Es hasta que el Pequeño Príncipe llega a la Tierra, planeta de origen de su flor, dónde comienza a entenderla. Es el momento donde conoce a otras rosas muy parecidas a la suya; pero en esa igualdad destaca lo único e insustituible de su flor y entonces logra su valoración completa. Este tema de lo único e irrepetible del otro, es profundamente ontológico.
 
El Pequeño Príncipe ha sido domesticado por su rosa de la misma manera que el zorro es domesticado por el Príncipe. Estas relaciones, estos encuentros que se dan con "el otro", habilitan al individuo para lograr mejores lazos con sus semejantes. Los encuentros son más o menos afortunados pero todos generan un aprendizaje y al final la vida se torna en una escuela para amar.
 
Es hasta su despedida que el Príncipe sabe que la rosa también lo ama y es la duda la que motiva su viaje hacia nuevos mundos. La duda es imprescindible en cualquier amor. Se duda de si el otro me quiere igual; cómo me quiere, cuánto me quiere y las respuestas construyen la subjetividad de la persona: como veo que tú me amas, yo soy. El amor es un juego de cercanía y alejamiento.
 

Los personajes en los asteroides

 
Dentro de las reflexiones que se harán en el seminario, se encuentra el vislumbrar por qué Antoine de Saint-Exupéry eligió estos personajes y no otros. La obra pone énfasis en el encuentro con el otro; pero también en el desencuentro, de esta manera los personajes son ejemplos de cómo se generan los alejamientos, cuando no hay afinidad en puntos de vista y valoraciones de la vida. Son ejemplos, al estilo de la psicología inversa, de cómo hacer para perder los lazos y el vínculo con los demás; de cómo hacer del sujeto un objeto.
 
Los habitantes de los asteroides también pudieran ser un reflejo del viaje interior del aviador. En este sentido serían reflejos de sus propias limitaciones o defectos; una especie de parada en las propias espinas.
 

El rey

 
Este personaje representa el lugar del poder y de la sensatez. Su afán de ser un gobernante razonable es una alegoría de lo que los seres humanos hacemos para justificar la sin razón de los propios actos racionalizando lo que hacemos, especialmente los errores o las omisiones.
 
Como ejemplo de lo que provoca desencuentros, el rey los construye al buscar en su interlocutor no un otro sino un súbdito que siguiera "su voluntad", aunque fuera de forma razonable. También se nos ofrece una caricatura de la soledad del poder.
 
En otro sentido, en las diferentes etapas de la vida, alguien tiene que ocupar el lugar del Rey, llevar la riendas, aunque sea de manera aparente y el que manda debe estar consciente de que en realidad no tiene poder alguno; pero fingirlo sí permite que otros se desarrollen. El Pequeño Príncipe se percata perfectamente de este juego y al final lo usa a su favor para abandonar el asteroide en los mejores términos con el rey.


 

La lectura de este libro ha propiciado algunas preguntas a las que todavía no se les ha podido responder:
 
  • ¿Por qué deja el Pequeño Príncipe a su Rosa, que lo era todo para él?
  • ¿Por qué al Pequeño Príncipe no le bastó su zorro?

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